"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

jueves, 27 de julio de 2017

Experiencia Barcelona

Escribir sobre Barcelona me resulta tan difícil como hacerlo sobre Quilmes o el Valle de Punilla. Al intentarlo siento que estoy develando una parte de mí quizás demasiado íntima, una porción que tal vez debiera permanecer oculta. No se trata de una ciudad extraña que visito y a la que le saco fotos y sobre la que puedo contar un par de anécdotas y ya; no, es mucho más que eso. Imágenes trazadas dentro de sus márgenes han poblado mi cabeza, algunas veces en forma de sueños difusos, otras como recuerdos en carne viva, durante los últimos 15 años.

La historia se remonta al año 2000, cuando en los albores de la crisis argentina mi viejo desembarcó en Europa. A mediados del 2002 nos sumaríamos a la comitiva mi vieja, mi hermano y yo. Finalmente, para nosotros tres la aventura se extendería durante un año y medio, momento en el que regresaríamos a vivir en Argentina, pero ello no opacaba el gran mazazo que la Experiencia Barcelona produciría en mi mente infantil.

Aquel invierno '02 me despedí de mis abuelos, tíos, primos y amigos de toda la vida -en el aeropuerto, llantos, mi abuela, ¿la volvería a abrazar?- y crucé el océano con escasas certezas sobre el porvenir, a bordo de un avión de British Airways en el que la única película en castellano era Monsters Inc (la vi como 5 veces...). Tras una larga escala en la lluviosa Londres, llegamos a la tierra prometida, en el camino inverso de nuestros antepasados.

Parque de la Ciudadela, 2003

No es sólo el hecho de haber pasado un año y medio allí, sino el momento de mi vida en que eso ocurrió. Y es que no es lo mismo adaptarse a un nuevo lugar teniendo esquemas conceptuales más o menos trazados previamente, que hacerlo en el momento preciso en que esos esquemas se están definiendo.


Barcelona para mí no es sólo la brisa del mar, es también el último lugar donde viví con papá y mamá bajo el mismo techo. El Park Güell no es únicamente una maravilla arquitectónica, sino también el lugar donde mi vieja nos llevaba a jugar a la pelota con mi hermano. El Parque de la Ciudadela es su fuente y sus jardines, y también el sitio donde aprendí a andar en bici con mi viejo. Los callejones del Barrio Gótico, además de ser un viaje a la Edad Media, son las calles a través de las cuales fui caminando de mi casa al colegio por primera vez. El Arco del Triunfo y la Catedral eran parte del cuadro onírico que me escoltaba todos los días en esa caminata. Y el colegio que la coronaba fue el escenario en el que me enamoré por vez primera.

Ferrán

Pasar de mi Quilmes natal, una ciudad en la que rara vez uno se encuentra a un foráneo -y cuando digo foráneo me refiero, en este caso, a personas nacidas en cualquier otra ciudad- al centro histórico de una de las urbes más cosmopolitas del mundo fue como una explosión de colores iridiscentes dentro de mi cráneo. Al caminar una cuadra, en un viaje en subte o de compras en el mercado, escuchar cinco idiomas distintos al mismo tiempo era cosa cotidiana. En el colegio, representantes de todos los continentes; Senegal, Marruecos, Ecuador, Filipinas, Georgia, Bulgaria, Chile, Colombia, Paraguay... ¡y hasta Islandia! Todos metidos en un mismo edificio, en un intercambio cultural desmesuradamente enriquecedor, máxime para un niño-esponja de apenas 11 abriles. (Por esa época aprendí a cambiar la expresión "negro de mierda", tan a la orden del día en la Argentina de entonces que incluso era difundida en formato de canciones con ritmo de cumbia, por la de "racista de mierda").

Talo, Mamá, el Cervantes. Primer día de clases en el Viejo Continente.

Por todo esto, me resulta imposible deslindar la ciudad de las experiencias que me ataron a ella; el colegio Cervantes y el Fort Pius, con mis amigos Juanjo y Kale; la Escola de Fútbol Montjuïc, con mis amigos Raúl y Sergi (y Roni, nuestro severo entrenador milicoide); el Camp Nou (escenario donde vi jugar por primera vez a mi ídolo, Juan Román Riquelme); los partidos de fútbol con Ronald en las puertas de la Catedral Gótica; el Raval y la tarde que se hizo noche jugando al Nintendo en lo de Yassim - cuando volví a casa mis padres habían llamado a la policía, desesperados por no tener noticias...

Abandonar Barcelona para volver a Argentina, si bien implicó la alegría inmensa de volver con los míos, no dejó de suponer una experiencia desconsoladora. Y es que allá quedaron mi viejo y mis amigos de fútbol y de la escuela, un núcleo del que hubiera deseado no tener que despedirme.

Tres años y medio después del regreso tuve la posibilidad de visitar Barcelona nuevamente. Corría julio de 2007, yo acababa de cumplir 16 años y los sueños de futbolista habían trocado por la guitarra eléctrica, la melena y Pink Floyd. Tres años y medio puede no parecer tanto tiempo, pero en la transición entre la infancia y la adolescencia... es un abismo.

Park Güell, 2007

Luego tuvo que pasar casi una década, entre aquel 2007 y este 2016, para reencontrarme con una ciudad que no dejaba de sentir como parte de mí. Los días previos al viaje, en París, supusieron una ansiedad y expectativa enormes. No podía dejar de preguntarme qué hubiera sido de mi vida si nunca hubiera regresado a Argentina. ¿Habría descubierto la música? ¿Qué parte de lo que "soy" sería? ¿Qué nos define? ¿Para qué y en base a qué nos definimos? A fin de cuentas, ¿qué somos?

Me resulta inevitable escuchar Mediterráneo y sentir que, además de ser una canción bellísima, Serrat habla un poco de mi historia, que no deja de ser la suya. Ya que quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa / y escondido tras las ramas duerme mi primer amor / llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya / y amontonado en la arena guardo amor, juegos y penas... No nací en el Mediterráneo, pero crecí con él.


Antes de partir, me corto el pelo con la máquina en una especie de regresión a la infancia. Recurrentemente siento que si mi cuerpo fuera despedazado, en cada molécula se encontrarían presentes las huellas de Barcelona. La imagen de una bomba nuclear desintegrándome en partículas no está exenta.

Llego a la Estació del Nord y me va a buscar Raúl, mi gran amigo del Montjuïc. Juntos hemos compartido vacaciones, partidos como niños-barrabravas en el Estadi del Barcelona B y largas noches de PC Fútbol. Él y su maravillosa familia me reciben. Desde aquella porción de infancia y sueños compartidos, nuestras vidas han tomado rumbos completamente distintos, inimaginables por aquel entonces... pero la amistad y el cariño están intactos. Eso sí, los dos somos del Barsa y anti-madridistas.

Montjuïc, 2016
 
Más allá de las reminiscencias, este nuevo capítulo barcelonés me resulta en varios aspectos chocante. Ver el Arco del Triunfo atestado de turistas con palitos de selfies me retuerce las tripas y me siento como quien presencia el vejámen de un ser querido. Llevo soñando tantos años con ese monumento, por el que pasaba todos los días de camino a la escuela, que percibirlo tan al alcance de esos retratos superfluos me asquea. Cuestiones de significación.

 A pesar de ello, yo también le tomo una foto...

Paradójicamente, el cariño y los recuerdos me alejan de la ciudad. Siento que no quiero resignificar un lugar tan fuertemente asociado a un período tan maravilloso como la infancia, tal vez con la intención de no confrontar ese mundo ideal, edificado en base a recuerdos y añoranzas subjetivas, con la realidad tangible. Si bien ya tengo la idea de volver a vivir en Europa a partir de 2017, decido que Barcelona no sea la prioridad... 


Pero entre la infinidad de cosas que aquel niño no sabía, se encuentran:

- Que regresaría a Argentina mucho antes de lo que imaginaba, y que disfrutaría de su abuela muchos años más.
- Que Riquelme, también, retornaría a Boca mucho antes de lo que todos imaginábamos.
- Que los grandes motores de su vida serían la música y los viajes.
- Que se dedicaría a tocar el violín.

PD: Que en 2017 volvería a Barcelona y ganaría una beca para estudiar Composición. Pero esa... tal vez sea otra historia.

sábado, 15 de abril de 2017

São Paulo (o la alegría genuinamente brasilera)

Existe en cierta red social un grupo dedicado a conectar conductores de vehículos particulares con pasajeros ocasionales con el fin de reducir costos a la hora de unir vía terrestre a las dos grandes potencias del Brasil llamadas Río de Janeiro y São Paulo. Allí me apunté, catapultado por el pasaje en avión a París que había motivado el corriente viaje desde un comienzo y que en menos de una semana me estaría haciendo cruzar el Atlántico, levantando vuelo desde la capital paulista.

Pero no era sólo un vuelo al continente europeo la razón de mi visita a la ciudad. Y es que en ella se encontraban Wilson & Carina, mis amiguinhos predilectos del Brasil, a quienes el Camino me había unido en Bolivia en 2011.


Nuestro encuentro en el hostel "Caramelito", ubicado en La Calle de las Brujas de La Paz, había sido el punto de partida de una amistad que luego se desarrollaría en escenarios múltiples a lo largo de los años, como ser la ruta precolombina El Choro, Buenos Aires, el noroeste argentino, Cuzco, y por último el litoral brasilero, con destino final en Salvador de Bahía - ciudad en la que nos habíamos despedido por última vez, dos años atrás.

En esta ocasión, el choro que nos congregó no fue el camino inca, sino el género musical. Envueltos en lluvias y armados con instrumentos acústicos & eléctricos, dejamos para la posteridad (?) un registro audiovisual de nuestra espontánea versión de una música del compositor Paulinho da Viola.

"Choro Negro"

Por su parte, Carina me guió hacia una fiesta de carnaval en el centro de la ciudad, donde conocí a agradables individuos tales como Renán, biólogo ciclista, y Vivian, fanática de Linkin Park de ascendencia japonesa. En un escenario montado por la municipalidad tocaba un grupo de músicos tremendos, con temas de Coltrane y de otros amigos del Club del Jazz. La alegría brasilera, genuinamente brasilera y sin la superpoblación gringa de Río de Janeiro, se me figuró como la cosa más bella del mundo.


- ¿Querés enviar algo a Buenos Aires? - Me preguntó Renán a medianoche, mientras cruzábamos a bordo de su bicicleta el puente que atravesaba el río Tietê, dejando el carnaval a nuestras espaldas.
- ¿Algo? - le respondí, sin imaginarme con qué se saldría ese paulista al que había conocido aquel mismo día.
- ¡Ahora mismo! - insistió y, acto seguido, peló su piringundín y comenzó a chorrear con sus secreciones internas el río oscuro y misterioso que se deslizaba bajo nuestros pies, a unos veinte metros de distancia.
- Este río -me explicó- desemboca en el Río Paraná, y luego en el Río de la Plata. Es loco pensar en cómo el agua que vemos acá sigue su curso y llega a Argentina... soy biólogo, me gusta pensar en ese tipo de cosas... - se excusó, al tiempo que guardaba el asunto nuevamente dentro de sus pantalones.

("RENÁN" ha de ser la versión -¿o adaptación?- portuguesa del nombre "Hernán". Claro, pienso, la pronunciación gutural de la "erre" brasilera convertiría el nombre, en caso de respetar la sucesión hispana de los fonemas, en algo así como ¡EJGNÁN!, una suerte de arcada vomitiva bimatopéyica repulsiva e impronunciable que rara vez produciría un gesto de alegría -llámese sonrisa- en representación de un sentimiento de satisfacción en el rostro del aludido.)

Camuflada por los edificios 
flamea la bandera del estado de São Paulo

La tarde posterior al carnaval llegué a la morada de los Wilsinhos y me encontré con la puerta cerrada y el esfuerzo vano de mi timbrar. Aparentemente, mis anfitriones habían salido y yo no había recibido notificación. El vecindario donde vivían, por cierto, se trataba de un conjunto de seis departamentos internos comunicados por un patio común al que se accedía a través de una reja corrediza. El conjunto guardaba una gran semejanza con la vecindad del Chavo del 8 (o Chaves, según el doblaje brasilero... lo cual me remonta nuevamente a Caramelito 2011; aquella vez los Wilsinhos alquilaron una habitación con televisión con la finalidad exclusiva de ver el programa de Chespirito en su idioma original). En el frente de la vecindad, con su ventana de cara a la calle, vivía Pedro, músico paulista buena onda con el que había cruzado un par de palabras durante los días precedentes. El primer contacto que habíamos tenido se había dado cuando, tras escuchar que de su acordeón se desparramaban las notas de Oblivión -probabemente mi pieza favorita de Ástor Piazzolla- por todo el patio de la vecindad, me acerqué a hacer sociales confesándole mi nacionalidad y mi condición de músico. La cosa quedó ahí, prolongándose en sonrisas y saludos afectuosos durante nuestros encuentros de los días subsiguientes, pero sin pasar del "hola qué tal". La tarde post-carnaval, entonces, viéndome como un homeless por tiempo indeterminado a la espera de mis desaparecidos amigos, vislumbré su figura a través de la ventana abierta y le pegué un grito para que me abriera la reja. Me invitó a pasar a su casa -repleta de libros, discos e instrumentos musicales- y tras un rato de charla decidimos quedar en contacto. Lo busqué allí mismo en Facebook, y grande fue mi sorpresa al ver que teníamos un amigo en común. Se trataba del Laucha, amigo pianista y compositor quilmeño. Recordé que éste me había contado sobre un curso de intercambio universitario del que había participado en esta ciudad unos meses atrás; Pedro me dijo que sí, que justamente él lo había conocido en la universidad en esa época... y que de hecho él había sido quien le había obsequiado la partitura de Piazzolla. Pienso que el hecho de que semejante coincidencia haya tenido lugar entre dos megalópolis del calibre de Buenos Aires y São Paulo no pudo ser una mera "casualidad" -a decir verdad, a esa altura estoy completamente convencido de que éstas no existen- y la historia culmina (como no podía ser de otra manera) con una interpretación conjunta de Oblivión, en las postrimerías de mi estadía en la ciudad.


En el momento de partir de Brasil, por tercer verano consecutivo (y tras haber pasado tres meses de mis últimos tres años allí), esbozo una teoría según la cual el país mira a Estados Unidos en la misma medida en que Argentina intenta reflejarse en Europa. Desde ya, no desarrollo demasiado la idea. En cambio, en algún momento apunto en mi libreta:

OBRA = VIDA.
NO HAY DIFERENCIA.
QUE TU VIDA SEA UNA OBRA DE ARTE

y me siento agradecido con el Universo por haberme concedido amistades tan maravillosas, y le pido que me cuide y que me guíe, aunque en el fondo sé que no necesito pedírselo porque siempre lo hace. Y embarco hacia Europa, con la sensación de que, después de todo, siempre es el comienzo. 

sábado, 14 de enero de 2017

Gira Diagonálica #4 BRETAÑA

Con posterioridad al concierto en Les Trois Arts alquilamos un auto y emprendimos viaje hacia Bretaña, adentrándonos en la Francia profunda. Unas 5 horas de ruta nos depositaron en una pequeña comarca llamada Sarzeau donde se emplazaba la casa de Meven, viejo colega universitario de uno de mis compañeros diagonálicos. Bretonés hasta la médula, él y su maravillosa familia fueron nuestros anfitriones en nuestra breve estadía allí. Con ellos expedicionamos en largas charlas sobre la cultura celta, la langue bretonne y la voluntad independentista de su pueblo. Todo, al tiempo que nos atragantábamos con el frommage artesanal elaborado por ellos mismos in situ que generosa y obstinadamente disponían de manera continuada sobre la mesa.  


Ocupada por diversos pueblos celtas desde tiempos inmemoriales, conquistada por Julio César en los albores de la era cristiana, la región ha sabido mantener una autonomía identitaria que la distingue del resto del país bajo cuya administración se desenvuelve. Y es que, según me iba contando Meven, su cultura, su música, su lengua e incluso su clima, la emparentan más a países de raíces celtas, como Irlanda o Gales, que a Francia. Así, aflora ocasionalmente una voluntad independentista que, si bien no llega a cobrar una notoriedad pública internacional tal como las de Córsica, Catalunya o el País Vasco, persiste en el tiempo.


Como habíamos llegado relativamente temprano a destino, insistí a mis compañeros en aprovechar la tarde libre e invertir un par de horas en visitar Carnac, comuna donde se conserva el complejo de monolitos prehistóricos más grande del mundo. Los mismos fueron erguidos por pueblos pre/proto-celtas aproximadamente desde el año 4.500 a.C. en adelante, durante el período Neolítico.


Para algunos, la manifestación de la incólumne y milenaria necesidad humana de acercarse a lo divino, de fundirse con la naturaleza, de comprender el cosmos. Para otros, un fútil montón de piedras. Cuestión de perspectivas, como quien dice.


En la playa mojé mis pies, por vez primera, en las costas orientales del océano Atlántico. ¿Era posible que esa misma masa acuífera fuera la que bañara nuestros cuerpos en Chapadmadal, en San Clemente del Tuyú o en Mar de las Pampas? Misterios de la geografía; tras cavilar brevemente en dichas consideraciones le di rienda suelta a mi alma geóloga y me dediqué a recolectar algunas de las bonitas piedras que se aposentaban por doquier en la arena, cual diminutos lobos marinos durmientes calcinándose al sol.

A pocos metros de la plage se encontraba el Castillo de Suscinio, procedente del siglo XIII y otrora residencia de los Duques de Bretaña. Por dentro museo, para la hora a la que llegamos ya se encontraba cerrado. La visión exterior del mismo, empero, fue suficiente para imaginar el esplendor opulento de Bretaña durante la Edad Media.


Para la segunda noche llegó el acontecimiento que nos había catapultado hasta allí, que a la vez significaba el final de la gira musical del grupo. Meven y su familia organizaban una fiesta en su propio terreno, y en ese marco ofrecimos un concierto -principalmente de tango, aunque también hubo lugar para Mercedes Sosa, Violeta Parra y María Elena Walsh, en la voz de nuestra partenaire Vanina De Franco- para alrededor de 200 personas, campesinos agradecidos y amables que nos aplaudieron a rabiar y nos llenaron de afecto. De todas las piezas que interpretamos, se conserva el registro audiovisual del momento que fue, para quien escribe, el más emotivo de la velada. Adiós Nonino, con la estela de mi por entonces recientemente fallecida abuelita Hilda flotando en el aire nocturno de la campiña francesa.




(Adiós nonina, centinela en el cielo. Hasta siempre).

martes, 15 de noviembre de 2016

Gira Diagonálica #3 PARIS

Abandonamos Estonia y, tras cambiar de avión en Riga y subirnos a un micro en Berlín -trasbordo en el que nos despedimos de Edgardo, el bandoneonista gallego del quinteto- Tango Diagonales arrivó a Paris por vía terrestre la mañana del 19 de julio.

Era mi tercera llegada a la capital francesa en menos de seis meses. Pero, a diferencia de las dos ocasiones anteriores, esta vez la Ciudad de las Luces significaba -peculiaridades de la percepción- un retorno, tanto geográfica e idiosincrásicamente hablando; a territorio latino, a lengua románica, a raíces identitarias comunes. Después del frío vikínguico-sajón, sentía que estaba volviendo a casa.


En un intervalo de nuestro itinerario de micros, colectivos y aviones, mis compañeros me interrogaron sobre mis motivaciones para aprender francés y viajar a París, objetivo primero original de mi viaje (luego postergado debido a la reciente expedición tanguera a tierras germánico-bálticas). Ellos habían venido a Europa exclusivamente por la gira del quinteto, a mí, en cambio, me esperaba un viaje por delante y sumarme a algunas de sus presentaciones se me había dado más por designios de la diosa Fortuna que otra cosa. Hurgando en mis memorias, pensando en el existencialismo, en el impresionismo, en el Mayo Francés, atiné a mencionar a Sartre, a Debussy y Ravel (y a Zidane, por qué no) pero en el fondo sentía que la respuesta real, el impulso originario que me había llevado a comenzar a estudiar la lengua de Voltaire desde hacía ya un par de años venía por otro lado. Luego, el mêtro colapsado me separó de mis compañeros musicales, con quienes aún deberíamos ofrecer dos conciertos, con formación y repertorio renovado; el 21 del mes en curso en un café subterráneo de la capital de las capitales, y el 26 en una fiesta en la campiña bretona. La respuesta a mi francofilia llegaría de manera inequívoca unos días más tarde.

Tras pasar mi primera noche en casa de una clarinetista italiana que había conocido en Curitiba unos meses atrás, me instalé en el departamento de Nico, amigo francés de longeva relación originada en tierras porteñas, continuada en el inicio de la Odisea Tucumán - Machu Picchu y sostenida ampliamente de manera epistolar a lo largo de los años.


El 21 de julio me decidí a enviarle una postal a mi abuela, quien al momento de mi partida hacia el continente europeo se encontraba alternando estadías entre su casa y el sanatorio, víctima de una debilidad generalizada producto de sus 93 años de edad. Se trataba de una postal que le había comprado en Estonia, con la imagen de la iglesia ortodoxa rusa Alexandre Nerve; una verdadera maravilla arquitectónica que simbolizaba, a mi parecer, la distancia a la que me encontraba respecto a mi tierra natal y, por ende, a ella. En el reverso de la misma le había escrito, con la letra más clara que era capaz de engendrar, que la amaba y que la llevaba siempre conmigo a pesar de la distancia.

Deposité la postal en un buzón amarillo cercano a la estación Goncourt. Nico, a mi lado, dijo con alegría "¡abuelita!" en el momento que solté el pedazo de papel. Me había ofrecido encargarse él mismo de hacerlo, ya que se encontraba camino a su trabajo y el buzón le quedaba de paso, pero, tal vez por algún tipo de premonición, había preferido soltar la carta personalmente. Ese gesto me conectaba, del otro lado del Atlántico, con las manos exhaustas de mi abuela. O eso esperaba.

Esa noche teníamos nuestro concierto -el primero en Francia para Tango Diagonales- en el sótano del Café Les Trois Arts, antro de halo bohemio ubicado en las proximidades del Parc de Belleville. Después de ensayar, fuimos ahí con Pablo. Pasamos un rato en el parque, que se ubica en lo alto de un monte desde el que se divisa buena parte de la ciudad y se ve la Tour Eiffel escoltada por los graffitis del lugar y un muchacho hace yoga mientras un grupo de árabes toma cerveza y escupe en el suelo.


Probamos sonido. Al terminar, unas llamadas perdidas de mi madre en el WhatsApp me preparaban inconscientemente para lo peor. Pocos minutos después, a través de ese medio, me enteraba del adiós definitivo de Hilda Oliva de Damiani, a.k.a. La Doña, uno de los pilares de mi vida.


En una suerte de estado de déjà vu producto de la noticia que me había llegado desde Quilmes, durante la presentación hice lo que pude arriba de las tablas para luego perderme a pie en la noche parisina, con la conciencia de encontrarme en un día bisagra que marcaba un antes y un después en mi vida. Allá la infancia, la luz maternal, el amor infinito; acá las lágrimas, la conciencia del porvenir incierto y el recuerdo perpetuo.


Uno de los tirantes que me catapultaban hacia Francia era su tradición musical, en especial el llamado impresionismo francés. Claude Debussy, figura central del movimiento, había nacido en Saint Germain-en-Laye, ciudad enclavada en el conurbano parisino. Desde la monstruosa estación subterránea de Châtelet me tomé un tren hacia dicha ciudad para visitar la casa natal, hoy también museo, del compositor.

La muestra se circunscribe apenas a una habitación, en la que se intenta recrear el ámbito de trabajo del que gustaba gozar el músico para componer. Entre los objetos exhibidos se encuentran piezas de porcelana china, tejidos orientales y decoraciones de la Polinesia, todo matizado por una tenue luz que se filtra a través de unas cortinas y musicalizado ad libitum por la discografía debussyana, recreando todo en su conjunto una atmósfera lumínica de paz.


Atinadamente, por esos días tenía lugar en el Centre Pompidou una exposición sobre mi amada Generación Beat donde se exhibían pertenencias de algunos de los héroes del movimiento, como ser teléfonos y cámaras fotográficas de William Burroughs, retratos de Allen Ginsberg, dibujos & pinturas de Jack Kerouac... y, en el centro de la sala, como una alfombra-autopista-plataforma-catapultadora-hacia-los abismos-insondables-de-la-experiencia-cósmica... ¡el rollo mecanografiado ORIGINAL de On The Road! Tuve la necesidad de medir la extensión del escrito sagrado no en términos abstractos, matemáticos o presumidamente "universales", sino en términos propios, individuales, que me involucraran. Comencé a caminar donde tenía lugar el principio del rollo, contando mis pasos mientras Dean Moriarty corría como loco a mi izquierda por las rutas de Norteamérica, y al finalizar la expedición llegué a un número sugerente, simbólico, absolutamente relevante dentro del imaginario iconográfico-viajero de los Estados Unidos: 66, como la ruta que surca el país de Este a Oeste y cuyo asfalto conserva al recuerdo de las andanzas de mis queridos y venerados beatniks.

Detrás del rollo se disponía una vidriera con un par de zapatillas, una gorra, un pantalón y una camisa del buen Jack, artículos con los que -imaginé- habría surcado innumerables veces las rutas de su poética y dolorosa América, fuente de todas las inspiraciones.


Entre los personajes entrañables que esta estadía en Paris me deparó se destaca la exótica Ingrid, modelo de Channel de origen franco-flamenco. Albina, de facciones como venidas de otro mundo, se encontraba tomando fotos un domingo a medianoche en la Île St. Louis a orillas del Sena, rodeada de ratas y vendedores de cerveza, en conmovedora soledad, irradiando de blancura la noche profunda que se mecía con la brisa del río milenario de aguas sacudidas por barcos-mosca. Oriunda de Calais, de 21 años, caminamos juntos de regreso a nuestros respectivos destinos de pernocte: su departamento cerca de la Place de la Republique para ella, la rue Saint Maur para mí. Al otro día, Nico me advertiría que mis ilusiones respecto a París no debían sobredimensionarse como consecuencia de este encuentro. "Está bien, París c'est une ville incroyable... Pero no te creas que esto de encontrarse una modelo solitaria con la que entablar una conversación casual es cosa de todos los días... ¡estas cosas sólo te pasan a vos!".


Se dice que la mejor vista de París se obtiene desde la terrasse de la Torre Montparnasse. "La vista desde la Torre Eiffel también es muy linda", me explicó pedagógicamente Nico. "¡El problema es que desde la Torre Eiffel no ves a la Torre Eiffel!".

La Torre Montparnasse es un rascacielos altísimo -hoy por hoy el segundo más alto de Francia- pleno de oficinas empresariales. Para tener acceso a su parte superior se debe abonar la módica suma de €10, tarifa que logré reducir un poco gracias a ciertos conocimientos cibernéticos de mi amigo (conocimientos relacionados con cupones de descuento y demás). Allí, en la terrasse, quedé perplejo no sólo ante los poéticos horizontes parisinos, sino también ante la conciencia del crisol de razas que se enclava con mandíbula díscola en el ombligo de Occidente. Chinos, rusos e hindúes se amontonan, pegan sus frentes al cristal, aplastando sus narices hasta enrojecerlas, para contemplar obnubilados la maravilla, la hija pródiga, de la civilización greco-romana.


En el Cementerio de Montparnasse, deambulando entre las tumbas de Charles Baudelaire, Jean-Paul Sartre, Tristán Tzara, César Vallejo y tantísimos otros, encontré la respuesta a aquel interrogante sobre mi gusto por lo francés.

El bloque marmóreo tiene cinceladas apenas dos palabras y dos cifras. Debajo de él descansan los restos mortales del Enormísimo Cronopio. Sobre él reposan cartas, piedritas, boletos de subte, besos, lágrimas, flores y rayuelas que se renuevan cotidianamente por la voluntad de los peregrinos. Entre todos los homenajes presentes, conmovedores por cierto (¿cómo puede un tipo muerto hace más de tres décadas generar esto en la gente, todos los días, cada día?), un agradecimiento en particular me interpeló. Se trataba de la firma de un chileno, que rezaba escuetamente "Julio, gracias por traerme a París". Entonces recordé mi yo adolescente leyendo Rayuela y pensé que todos los actos que llevaba realizados en esta dirección desde ese momento se encontraban motivadas desde sus orígenes por aquel impulso primario, por la imagen onírica de aquel París visto a través de los ojos de Oliveira, los ojos del exilio, de la literatura. Y no pude más que agradecerle.

viernes, 26 de agosto de 2016

Gira Diagonálica #2 TALLIN

14 al 18 / VII

Con motivo del Tango Port Tallinn cambiamos aires germánicos por bálticos. Efectivamente, el mundo hiperglobalizado en el que vivimos, que nos demuestra continuamente que es un tablero donde caben todas las posibilidades imaginables (y más), es capaz de albergar la realización de un festival de música criolla en 2x4, con artistas venidos de los más diversos puntos del globo, en una pequeña nación otrora soviética cuyas costas son acariciadas por las olas del Golfo de Finlandia y cuya ubicación ronda los 13 mil kilómetros respecto a la del Río de La Plata.


Así aterrizamos en la capital de Estonia, una república que de momento apenas cuenta con 25 años de independencia... ¡lo cual constituye aquí un récord de soberanía ininterrumpida! Caminar por las calles de un país con el que comparto el año de natalicio me hizo tomarle rápidamente un cariño particular.



Al momento de mi llegada al país, sin embargo, la única referencia conceptual que tenía de él era la música Arvo Pärt. Luego de mi estadía allí, al reescuchar las obras de este compositor con los ojos entrecerrados, vuelvo a divisar las calles medievales de la ciudad amurallada, el viento incesante del Báltico, sus amaneceres lentos e imperceptibles, sus horizontes interminables y la lejanía que todo lo trasunta como un manto ineludible. Así comienzo a percibir un conjunto homogéneo.


Para empezar, es menester remarcar que antes del 20 de agosto de 1991 -día en que fue confirmada la independencia de la República de Estonia- esta porción de tierra habitada por humanos desde hace aproximadamente 12.000 años ha vivido una historia por demás fascinante.

Con vestigios de la cultura de Kunda que datan aproximadamente del año 8.500 a.C., con evidencia de cerámica perteneciente a la cultura de Narva en los albores del Neolítico, de la cultura de la Cerámica del Peine desde el inicio del cuarto milenio en adelante y de la cultura de la cerámica cordada a partir de la Edad de Piedra, durante la Edad de Bronce comienzan a construirse los primeros asentamientos fortificados. En la Edad de Hierro aparecen plazas de origen celta, mientras que entre los años 50 y 450 d.C. se hace latente la influencia del Imperio Romano, época en la que comienza a desarrollarse un entendimiento de la identidad nacional.




La Edad Media es escenario de un merengue de proporciones épicas, perfectamente retratable en una tetralogía de estilo tolkieniano. El siglo XI es testigo de frecuentes combates con los vikingos provenientes de la costa oriental del Báltico. A finales del siglo XII se producen las Cruzadas del Norte, que culminan en 1227 y significan el abandono del paganismo y la conversión al cristianismo. 

En 1219 tiene lugar la Batalla de Lyndanisse, a partir de la cual Dinamarca -dirigida por el rey Waldemar II- se apodera del norte del país, incluida dicha ciudad, hoy conocida como Tallin. En 1346 los dominios dinamarqueses en Estonia son vendidos a la Orden Livona. Más allá de ocasionales rebeliones locales y un par de intentos de invasiones rusas, el país continuó siendo dirigido por los alemanes del Báltico durante los dos siglos posteriores.

En 1561 los suecos se alzaron en el poder. Bajo el reinado de Gustavo Adolfo de Suecia, en 1632 se estableció en la ciudad de Tartu la primera universidad del país (la segunda del Reino de Suecia, después de la de Uppsala). 


Tras la Gran Guerra del Norte (1700-1721), el imperio sueco perdió Estonia, que pasó a manos rusas. Desde ese momento, y por los siguientes 300 años, la historia del país estaría ligada a la de Rusia.

Durante el siglo XIX comenzó a desarrollarse un movimiento cultural nacionalista, que abogó por el desarrollo de una literatura autónoma y por la impartición de la educación formal en lengua local. En 1918 el país logró por primera vez su independencia, que duró 22 años. En 1940 cayó nuevamente bajo dominio ruso (esta vez bajo el paradigma de la hoz y el martillo), situación que se mantuvo hasta la caída de la Unión Soviética y que sólo fue interludiada por tres años de ocupación nazi en el período 1941-1944.


Luego de toda esta historia de batallas, sangre y ocupaciones, era necesario elegir una bandera propia que se engarzara con el sentimiento, y se izara como representante, de la inquebrantable identidad nacional que había guiado con conmovedora obstinación a los estonios en su anhelo independentista. Los colores que envuelven a este joven país, así, son el azul (heaven above us), el negro (soil and suffering of our people) y el blanco (pure heart and a promising future).


Según la guía freakie que usaba pendientes de Batman con la que realicé una visita guiada por el centro histórico, en lengua vernácula Tallin significa "ciudad terminada". La capital del país habría recibido este nombre producto de haber nacido con la unión de las antiguamente separadas Toompea (Ciudad Alta, donde habitaba la nobleza) y Reval (Ciudad Baja, tierra de campesinos).


"Las callecitas de Tallin tienen ese qué se yo..."

En materia de religión, tras el abandono forzado del paganismo tras las Cruzadas del Norte y el ulterior desarrollo del cristianismo durante siete siglos, de la mano de la URSS el país se volcó oficialmente al ateísmo. Según el régimen comunista todas las iglesias debían destinarse para otros fines (museos, salas de concierto, galerías de arte), política de reciclaje por demás interesante que en Estonia repercutió en forma de pintorescas bizarreadas. El caso más emblemático es el de la Iglesia de San Olaf. Construida a principios del siglo XIII, había sido en su momento -entre 1549 y 1625- "la construcción más alta del mundo". Durante la URSS, se transformó en antena de TV. El hecho bizarro ocurrió en el año 1987. En medio de una transmisión destinada a la familia en su conjunto, la señal entró en interferencia con otra, proveniente de la no tan lejana Finlandia. En ese momento, del otro lado del mar la audiencia disfrutaba de Emanuelle 5, película porno francesa protagonizada por Monique Gabrielle. Este hecho inédito, que en otro contexto podría no haber significado más que una divertida anécdota, resultó en cierto modo "revolucionario" para ese entonces. En la URSS estaba prohibida la televisión occidental... ¡y ni hablar del porno! En aquella veraniega tarde de junio, la rígida sociedad estonia se vio súbitamente, sin previo aviso ni solución de continuidad, disfrutando a su manera, y en familia, de un exhibicionismo nunca antes por ellos siquiera imaginado... Una inyección descontracturante para el sovietismo ilustrado. Thanks, Finland!

Detalle de mármol en la Iglesia de San Olaf

Hoy por hoy la iglesia está plagada de parlantes, proyectores, cámaras, pantallas, etc., para facilitar la transmisión del Mensaje del Señor a través del clérigo de turno a los fieles, dada la gran cantidad de columnas que dificultan la visión del atrio.

Otra maravilla arquitectónica de Tallin es la Catedral de Alejandro Nevski. Construida durante el siglo XIX como parte de la política del zar Alexander III de rusificación del territorio, se encuentra ubicada cerca del Castillo de Toompea, trono tradicional del poder estonio. Se trata de una iglesia ortodoxa rusa que trae a la vista de manera inmediata la reminiscencia de las postales de San Petersburgo. Durante la URSS, existió el proyecto de convertirla en un planetario... pero nunca dio la plata.



Además del registro de la farmacia más antigua del continente, se conoce la presencia de mercados en la región desde, por lo menos, el siglo XI. Hoy, el capitalismo global y el merchandising intercontinental dan pie a "curiosidades" como esta: una famosa cadena de papas fritas patrocinando su línea... ¡sabor chorizo! En lengua vernácula y de la mano de Messi.



Cierto reconocido cantautor uruguayo dijo alguna vez que nada se pierde, sino que todo se transforma en otra cosa. Desconozco si esta frase surgió como consecuencia de una caminata por Tallin, pero es indudable que aquí encajaría perfectamente. Así lo demuestran los incipientes emprendedores estonios, que han montado negocios de comida rápida y cerveza en viejos kontainers fabriles remodelados, además de convertir gigantescas zonas industriales de fábricas abandonadas en lugares de esparcimiento y bares chill out.




La aventura en tierras estonias dejó como saldo un buen puñado de historias y de vivencias nuevas en una tierra absolutamente exótica y, hasta muy poco tiempo atrás, inimaginada. La milonga fue un éxito, con alrededor de 200 almas nórdicas moviendo su esqueleto al ritmo de la yumba y la síncopa. Luego sería la hora de reencontrarnos con nuestras raíces latinas en Francia. 

Con Simone y Pablo, 
compañeros de andanzas musicales en tierras bálticas

[Dato de color ilustrativo respecto a nuestra distinta idiosincracia sanguínea -llámese cultural- fue la frase "we are cold people" que me dijo una chica que estaba compartiendo mesa con mis amigos en un bar, luego de dejarme pagando con la cara en el aire y no devolverme el saludo en el momento de las presentaciones. El we se refería a su grupo de pertenencia sociocultural (presumiblemente los países nórdicos y/o bálticos) en oposición al ustedes, latinos de sangre caliente forjada a la vera del Mediterráneo. Al parecer, en Estonia exceder el apretón de manos, incluso entre hombres y mujeres, está reservado para las personas de extrema confianza].

domingo, 14 de agosto de 2016

El Silencio del Tiempo

mi abuela habla
y su voz
es La Voz del Tiempo
y La Voz del Tiempo me dice:
“¿qué es esa mancha en tu cara?
tus pantalones están muy sucios”
y yo le contesto:
todo intento de grandilocuencia
es una aproximación a la banalidad

mi abuela acaricia a Hermes
y riega sus pájaros enjaulados
desde su cabeza gris como el viento
nacen estos vocablos:
“qué lástima que no esté tu abuelo”
y yo le contesto:
qué lástima que lastima

y luego
el silencio
(El Silencio del Tiempo)
posa sus ojos sobre nosotros
hasta que bajamos
                             el
                                 telón