"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

sábado, 9 de febrero de 2013

La travesía de los Andes


En el bosque de álamos había un colectivo abandonado, evocación directa del Magic Bus de Chris McCandless. Tras realizar una breve sesión de fotos allí como preámbulo, me despedí de Andate Meiszner, ese abnegado e incansable luchador que sacrificó su verdadero nombre en pos de un ideal relacionado con la dirección de la presidencia del Quilmes A.C. El mundo necesita luchadores que sostengan banderas de objetivos nobles, luchadores como Andate Meiszner.

Rodri y Viki iban para el oeste, por lo que uní mi camino al suyo una vez más. Saliendo de Uspallata, el camino era tan o aún más hermoso que el de la jornada anterior. Perdidos en la inmensidad de la Cordillera de los Andes cual granaderos sanmartinianos, conmocionados bajo las sabias montañas eternas que se abalanzaban sobre nosotros como en sueños surreales...



En la entrada del Parque Aconcagua tuvimos una vista parcial, en tanto las nubes lo permitieron, del pico más alto de todo el hemisferio sur, coronado por nieve eterna, silencioso espectador del devenir del Tiempo.

Después, Rodri decidió poner a prueba su chata exigiéndole ascender al Cristo Redentor, tarea para la que había que subir 8 kilómetros por un camino de tierra bastante empinado. "Esta es la consagración de la chata" decía, tal vez haciendo referencia a La Consagración de la Primavera de Stravinski. O eso me imagino yo, ahora que escribo. Fuera como fuera, había que subir por ese peligroso terreno. En el camino levantó a dos ciclistas platenses que pretendían llegar a la cima para luego cruzar a Chile cuesta abajo con las bicis. Pequeña locura; a medida que subíamos comenzó a nevar , y con mayor insistencia cada vez. Rodri reveló que estaba cagado en las patas, sin ánimos de proseguir ese ascenso abismal. En una ocasión intentó frenar y recibió un baldazo de bocinazos parte de la camioneta que venía atrás nuestro. Atrás, en la caja de la camioneta, los ciclistas se abrazaban para darse calor.

Intuíamos que los paisajes a nuestro alrededor debían ser de dimensiones épicas, pero las nubes se negaban a brindarnos más información al respecto. Cuando el ascenso finalizó (afortunadamente sin víctimas mortales) y bajamos de la cabina del vehículo, el frío, sumado al viento y la nieve, nos volteó. Viki dijo que debíamos estar en 1 o 2 grados bajo cero. "No es tan frío" nos consolaba, acostumbrada al clima noruego. Yo me derretía de frío.



Tomamos chocolate caliente para recuperar un poco el latir de nuestros corazones y conversamos con los milicos que vivían ahí, en el refugio de la cima. "Debe ser increíble trabajar acá, con estos paisajes" les decíamos, a lo que nos respondían que "una vez que te acostumbrás, ya ni te fijás... da lo mismo". Sensibilidad militar.

Nos despedimos de los ciclistas, quienes persistían en su intención de descender hacia el lado chileno en bici, pese a la nevada, el frío, el estado del camino y las advertencias de peligro por parte de los militares. Nuestra vuelta cuesta abajo fue bien lenta, procurando no ser devorados por el precipicio neblinoso que nos secundaba a cada instante.

A salvo otra vez, me despedí de Rodri y Viki y logré infiltrarme en la camioneta de una pareja cordobesa. Estaban estacionados y les pregunté si iban para Chile. Cuando les pedí que me llevaran, lo dudaron en principio, pero no tenían muchas alternativas. Estábamos en un lugar desoladísimo; si me caía la noche ahí estaba con fritas... En una gentil muestra de humanidad me llevaron, aunque se notaba que no habituaban llevar mochileros. Lucía y Mariano se llamaban. Ella psicóloga, él agente de turismo.

El camino era complicado: infinitas colas de camiones en el paso fronterizo, una única mano habilitada, camino de curva y contracurva en permanente descenso y con el asfalto mojado y resbaladizo... La camioneta a veces se quedaba, a lo que Mariano hacía alusión a no sé qué falla en el motor. A medida que avanzábamos, el camino se iba allanando progresivamente... A las 15:50 cruzamos la frontera argentino-chilena, y a eso de las 19 nos adentramos en la inmensa jungla de cemento llamada Santiago de Chile.


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