"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

sábado, 2 de febrero de 2013

Viaje a la Cordillera


Amanecimos a las 7, cuando el Sol empezaba a tocar nuestra puerta. Asombrosamente, la carpa seguía en el mismo sitio donde la habíamos estaqueado la noche anterior.

Empezamos a caminar hacia el sur con el objetivo de alcanzar la estación de servicio más cercana, "4 o 5 kilómetros más allá". Implementando el  sistema de postas propuesto por Andate  Meiszner avanzamos un puñado de cuadras, pero rápidamente nos paró un coche. Juan Carlos, actor, director y profesor de teatro sanjuanino, iba a Mendoza a buscar unos equipos de iluminación. "Justo venía pensando que sería mejor viajar acompañado para ir conversando, ¡y me los crucé a ustedes!".

A las diez y media nos despedíamos de J. C. cerca de la terminal de micros de Mendoza. 635 kilómetros, desde San Marcos Sierras hasta la capital cuyana, coronados con éxito vía autostop.



Plaza España fue el escenario principal de nuestra tarde. Truco y chinchón (reparto equitativo de victorias y derrotas, aunque mi victoria chinchonesca no fue reconocida por Andate debido a que me pilló carteandome el comodín), yogurt y frutos secos fueron los condimentos.

Por la noche, tras verse trunca la posibilidad de hospedarnos en la casa de algún conocido o couchsurfer, e indispuestos a gatillar un alojamiento arancelado, decidimos pernoctar en la Plaza Independencia, la plaza principal de la ciudad. Cuando llegamos, a eso de las diez de la noche, había bastante movimiento: puestos de artesanías y gente de aquí para allá. Nos acomodamos cada uno en un banco y nos lanzamos al sueño.

En medio de la noche, un chabón me empezó a hablar. Dada mi somnolencia, no alcancé a comprender por completo lo que ocurría; cuando me despabilé me encontraba sentado en el banco de la plaza con un choripán comido por la mitad en mis manos. "Tomá amigo, cometelo, yo no quiero más", son las vagas palabras que alcanzo a recordar. El chori estaba picante.



Amanecimos en la Plaza Independencia el sábado 26 de enero a las 7:00, cuando todavía gran parte de los hacedores de la movida nocturna mendocina regresaba a sus hogares. Deambulando por las calles del centro nos topamos con hordas amontonadas de hinchas de Boca y River, a pocas cuadras de distancia las unas de las otras, en busca de entradas para el superclásico del 29/1.

La idea era acercarnos a la Cordillera. Tomándonos un bondi de línea nos despedimos del centro mendocino para situarnos en la salida sur de la ciudad. Implementando el sistema meiszneriano de postas, caminamos un rato hasta que una chata estacionada nos hizo lugar y nos alcanzó hasta pocos kilómetros antes de Luján de Cuyo. Es decir, hasta ahí nomás. Fue un trayecto brevísimo, en la caja de la chata, pero con la deliciosa sensación del viento acariciando nuestros rostros, alimento insustituible para el viajero.

Caminando nuevamente por la banquina, ignorando un cartel que indicaba la ilegalidad de dicha acción en ese tramo de ruta, nos comimos una buena cantidad de cuadras hasta que una camioneta nos levantó. El conductor era un muchacho algo acelerado que viajaba con su perro como acompañante. Nos contó sus vivencias como motociclista a lo largo y ancho del país, haciendo especial hincapié en algunos episodios acaecidos en Ushuahia.

Y entre tanta ruta y cerro se tendió ante nosotros el dique de Potrerillos, lugar donde nos bajamos de la camioneta. Almorzamos unas frutas en la orilla de la masa acuífera, rodeados de inmensidad. Andate no pudo con el hervor de su sangre y se zambulló al agua, cosa que yo desistí de intentar por miedo a perecer de hipotermia. Luego nos duchamos en casa de una humilde señora que alquilaba su baño a cambio de $10. Primera ducha de la travesía, ¡nada mal!



Salimos nuevamente a la ruta, pulgares en alto y miradas atentas. El Sol estaba bien alto y alrededor nuestro no se erguía ningún árbol. La mayoría de los autos que pasaban venían de Mendoza y se metían en Potrerillos para aprovechar el día sábado en familia.

Tras dos largas horas de dedo fallidas, con el plus de un Sol abrazante sobre un cielo de escasas nubes, Andate decidió tomarse un bus a Uspallata. Hombre de poca fe. Quiso convencerme para que lo siguiera, pero yo intuía que el Camino me tenía algo reservado. Además era consciente de que, estando solo, las posibilidades de autostop aumentaban considerablemente.

Apenas 15 minutos después se materializó mi intuición. Una pareja que salía de Potrerillos en una camioneta Peugeot roja me levantó. Ella, una noruega de 23 años. Él, un tucumano de 29. Viki ("mi nombre en verdad es Anika, pero me dicen Viki por vikinga") y Rodri, rebosantes de vitalidad y alegría. Se habían conocido en Venezuela dos años atrás, vivían en San Miguel de Tucumán y habían venido a Mendoza a comprar una cúpula para su chata.

Rodri era un terrible locazo, ardiente como una antorcha romana, deseoso de hablar y conocer a todo el mundo, regando buena onda por doquier a su paso, interactuando con camioneros, niños, ancianos y casi cualquier ser vivo que se cruzara en su camino. En una zona de control militar, un oficial le preguntó qué llevaba en la camioneta. "Nada, equipaje, comida... ¿sos de Jujuy?". "Sí, ¿por qué?". "Te reconocí por al acento... yo soy tucumano, mucho gusto", y le dio un apretón de manos. El milico, de no más de 25 años, dejó entrever una sonrisa de perplejidad y no pudo más que dejarnos pasar el control sin hacer más preguntas.

Trotamundos, Rodri me reveló un método que utilizó para viajar gratis en los trenes de Europa. "Te imprimís un cartel que diga 'Baño Clausurado', te colás en el tren antes de que arranque, colgás el cartel en la puerta del baño, te metés ahí y viajás sin que nadie te moleste... ¡así recorrí Italia de punta a punta!".

Esta singular pareja se dirigía a Uspallata, y el destino me unió a ellos. El trayecto Potrerillos-Uspallata es fabuloso; paramos algunas veces a sacar fotos y comer sánguches. Como salidos de una película de El Señor de los Anillos, atravesábamos la pre-cordillera maravillados ante tanta inmensidad.




Llegamos a Uspallata, lindísimo pueblo que, a pesar de su tranquilidad, está en constante movimiento al ser paso obligado de la ruta Mendoza-Santiago de Chile. Buscando un lugar donde pernoctar, alejándonos un poco del centro encontramos un camping abandonado emplazado en un hermoso bosque de altísimos álamos.

Volvimos al centro del pueblo para comprar provisiones, y en el camino nos encontramos con Andate Meiszner lidiando con el particular carrito con el que viajaba. Se unió a nosotros y en el centro, gracias la increíble capacidad de interacción de Rodrigo, conocimos a una familia mendocina y preparamos una cena comunitaria en conjunto en el bosque de álamos. El banquete, de dimensiones platónicas, estuvo conformado por queso, aceitunas, choripanes, pescado, papas a la parrilla, cerveza, vino y gaseosa. Un verdadero festín que el Camino nos tenía reservado tras el anclaje en Potrerillos.

Acampamos viendo miles de sombras en los álamos, que se extendían apuntando hacia el cielo como telarañas sobre nuestras cabezas, con la eterna sinfonía spinettiana flotando en el aire cordillerano...



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