"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

miércoles, 23 de abril de 2014

San Ignacio Miní - un viaje a las raíces de América


Cuando Manolo encendió su camión y la jaula que nos apresaba comenzó a vibrar, supimos que era hora de despertar. El sol apenas entibiaba desde el horizonte.


Comenzamos a andar tras lavarnos los dientes en la Shell, ese escenario que ya era una especie de pesadilla para nosotros. Atravesamos toda la provincia de Corrientes por la ruta 12, bordeando los Esteros del Iberá. El camionero nos dijo que usualmente se podían divisar animales desde la ruta, pero no tuvimos esa dicha...

La tierra, colorada como una cancha de tenis de polvo de ladrillo, nos dio la bienvenida a Misiones y, después de cuatro horas de viaje, llegamos a su capital, Posadas. Manolo nos dejó en una YPF y, tras unas fotos en el camión-jaula y en un contexto muy caluroso, bifurcamos nuestros caminos.

Esperamos a la familia de Ary bajo la protección de la tienda de la YPF y su aire acondicionado. Mientras aguardábamos, leímos algunos diarios zonales. La noticia que más atención nos despertó fue el asesinato de una maestra en Posadas: el principal sospechoso del homicidio había declarado que, en realidad, ella "se había caído" encima del cuchillo.

Llegaron los parientes de Ary y, comandados por su tío-abuelo Roberto, nos llevaron a su casa, situada frente a un mercado de verduras. Nos recibieron de maravillas, con almuerzo y tereré. Después de lavar nuestra ropa e higienizarnos, decidimos que una de las actividades que no podíamos pasar por alto durante nuestra estadía en la capital misionera era la ingestión de chipa. Salimos a buscarlo, preguntándole a cada transeúnte que nos cruzábamos dónde adquirirlo, pero a esa hora era un artículo agotado. Durante esa primogénita caminata en Posadas, llamaron nuestra atención especialmente la vegetación abundante, las casas hundidas en la tierra rojiza y la gente, tomando tranquilamente tereré en la puerta de su casa y saludándonos con amabilidad.

Como no conseguimos el codiciado artículo alimenticio por nuestra cuenta, Roberto nos llevó en su auto a buscar algún vendedor ambulante. Encontramos uno que vendía números de quiniela... ¡y chipa! Entonces sí lo conseguimos: el manjar misionero hizo su baile de sabores en nuestras bocas... Estaba bien, pero no a la altura de las grandes expectativas en él habíamos depositado. Nada que los chiperos del Ferrocarril Roca tuvieran que envidiarle.

Por la noche fuimos a la costanera, de alguna similitud con Puerto Madero (Buenos Aires) o Miraflores (Lima), a buscar lugares donde poder tocar a la gorra. En general nos fue bastante bien, recaudando en total $200, pero las experiencias fueron diversas. En una heladería nos echaron antes de haber terminado el primer tema - De todas formas, los clientes nos aplaudieron y colaboraron monetariamente con nuestra causa. Por el contrario, el lugar que mejor nos recibió fue uno en el que pasaban música electrónica. Dudamos sobre si acercarnos a ofrecer nuestra música o no, pero terminamos yendo a probar suerte, "como quien no quiere la cosa". Nos sorprendimos cuando nos dieron permiso para tocar y bajaron el punchi punchi. La gente estaba situada en varias mesas, en el exterior del boliche. Hicimos un set de tres o cuatro canciones y todos nos aplaudieron y felicitaron, ¡hasta las meseras colaboraron con la gorra! Alrededor de las tres de la madrugada tomamos un taxi de vuelta a la casa familiar y sucumbimos bajo los encantos de Morfeo, satisfechos con el motín de la jornada.

El 18 de enero fue un día de descanso en casa de la familia Gómez. El calor dificultó cualquier intento de actividad. Un chaparrón aislado fue una señal incumplida de una refrescada que no llegó a ser. Roberto y su familia nos enseñaron palabras en guaraní, regionalismos que muchas veces hacían referencia a las partes nobles del cuerpo humano. También charlamos sobre el crisol de razas de Misiones: colonias alemanas, descendientes de polacos, ucranianos, etc., se mixturan en grandes proporciones. Ingrid Grudke es el ejemplo mediático de ese linaje germánico presente en la provincia.

Debíamos partir para evitar que la comodidad del hogar nos sacara más tiempo en la ruta, por lo que al día siguiente nos despedimos de los Gómez tras el desayuno. Roberto nos llevó a la terminal de Posadas, donde nos tomamos un micro a San Ignacio por $19. Llegamos al mediodía, dejamos los bolsos en la oficina de turismo y caminamos unas diez cuadras hasta las ruinas jesuítico-guaraníes.



Las misiones jesuítico-guaraníes se fundaron en el siglo XVII como un proyecto evangelizador. Venidos desde el Viejo Continente, los sacerdotes cristianos que se aventuraban a profesar su fe en las tierras del Nuevo Mundo debían enfrentarse con tribus a veces hostiles, climas extremos, enfermedades desconocidas, entre otras cosas que sin dudas ponían a prueba su devoción religiosa. Los jesuitas cuentan en sus textos que la adaptación al clima subtropical misionero nunca fue total. Sin embargo, esa adaptación no fue un obstáculo para que desarrollaran el trazado de sus ciudades, una experiencia civilizadora inédita hasta ese momento en la región.


Amenazados por los cazadores de esclavos portugueses y por los enfrentamientos constantes con otros pueblos de la zona, muchos caciques guaraníes encontraron dentro de los confines de las ciudades jesuitas una protección. Según el guía que nos acompañó durante el recorrido, el trato que los jesuitas le propiciaban a los guaraníes debía ser necesariamente bueno, pacífico, ya que, de lo contrario, los caciques podían organizar una rebelión en un abrir y cerrar de ojos.

Destruidas hacia principios del siglo XIX por invasiones paraguayas y brasileras, las ruinas de San Ignacio Miní aún conservan el trazado de su organización urbana, de sus calles y viviendas, de su iglesia, de su escuela, de su claustro, etc. Se estima que vivieron en esta reducción entre tres y cinco mil personas, contando guaraníes e hispanos.

Además de difundir el Catolicismo, los jesuitas enseñaron las Bellas Artes europeas a los nativos americanos. Música, danza, teatro y pintura del Viejo Continente eran reproducidos y resignificados en estas tierras, dándole así origen al llamado Barroco americano.


Sobre el final de la visita, el guía, orgulloso de su ascendencia hispano-guaraní, nos recitó la versión guaraní del Ave María, manifestación total de la simbiosis cultural que se encuentra en la raíz misma de la identidad de los pueblos americanos de hoy.

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