"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

jueves, 2 de octubre de 2014

Salvador de Bahía - ciudad de dioses

Llegué a la rodoviária de Salvador a las nueve de la noche y me conecté a internet. En la terminal de Itabuna había enviado una solicitud de alojamiento al grupo de emergencia de Couch Surfing, y había dado resultado: un hombre me había respondido satisfactoriamente. Lo llamé desde un teléfono público y me dijo que me pasaría a buscar con su auto.

Fue mi primera experiencia incómoda con esa página que tantas satisfacciones y amigos me había dado en otras ocasiones (en Santiago de Chile, en Lima, en Cajamarca). El problema empezó cuando el muchacho bajó del auto - Le tendí la mano para saludarlo y él la estrechó, guiñándome un ojo y tirándome un beso al aire simultáneamente, en un gesto algo controversial. Unos instantes más tarde, durante la charla inaugural en su vehículo, estábamos hablando de las posibilidades para la cena y, cuando le mencioné mi vegetarianismo, él me reveló "a mí me encanta la CARNE HUMANA", remarcando cada sílaba de las palabras CAR-NE-HU-MA-NA.

Cuando llegamos a su departamento se metió en el baño para ducharse... pero dejó la puerta abierta. El cúmulo de indicios de que mi castidad anal estaba en riesgo me llevó a rechazar su propuesta de dormir en su misma habitación.
- Te tiro un colchón acá al lado de mi cama.
- No, gracias. Me voy a quedar escribiendo un rato, no quiero molestarte. Puedo dormir en la hamaca paraguaya del living - pero él siguió insistiendo y temí parecer descortés o demasiado a la defensiva (quizás las señales de peligro eran invenciones de mi mente), por lo que, con una mano adelante y otra atrás, no tuve más remedio que jugármela. Se fue a acostar y yo me quedé en la computadora. Cuando entré a la habitación, él ya estaba dormido. Afortunadamente, mi colchón no sufrió invasiones indiscretas. (O, al menos, yo no me enteré).

A la mañana siguiente llegó su empleada doméstica y el tema casi excluyente de conversación, propuesto por mi anfitrión (y reafirmado cada vez que yo intentaba cambiar de tema), fue el tamaño del miembro viril de los hombres argentinos. Me preguntaba insistentemente si podría llegar a encontrar uno bueno para su empleada, quien se sumaba a la charla riendo a medias.

Abandoné la casa de ese sexópata agradecido de estar ileso. Luego me llegaría un mensaje que decidí no contestar. El mismo decía: "Voçe esqueceu seu sabonete na minha casa. E agora?" (Olvidaste tu jabón en mi casa. ¿Y ahora?).

Presencia Xeneize en las calles de Salvador

En el colectivo que me llevó desde la casa del couchsurfer hasta el centro histórico de la ciudad -el viaje fue bastante largo, Salvador es muy grande- vi pintadas en las paredes rechazando la realización del mundial. Una rezaba "+EDUCACAO, -COPA" y la otra "COPA PRA QUEM?". El rechazo a la copa está bastante presente entre los jóvenes,
que ven que su país se maquilla para quedar bien frente al mundo, invirtiendo millones de dólares para construir estadios que nadie utilizará después del campeonato, dejando de lado profundos problemas sociales tales como la educación, la salud y la vivienda. Las fuertes protestas del año pasado, que comenzaron en Sao Paulo y Rio pero que tuvieron alcance nacional, fueron producto del aumento del precio del pasaje del colectivo (un pasaje de colectivo de línea en Brasil cuesta seis veces más caro que en Argentina), potenciado por el hecho de que, a la vez que aumenta el costo de vida de los brasileros, su gobierno invierte millones en un espectáculo deportivo dirigido a turistas adinerados.


Me dirigí al Pelourinho, centro histórico de Salvador que en el pasado fuera utilizado como lugar para torturar esclavos, y busqué el hostel Centro Cultural Do Bispo, en la Rua do Bispo. Wilson & Carina me habían pasado el dato, y habíamos quedado en encontrarnos allí. Era un edificio grande, de varios pisos repletos de hippies y artesanos, y económico: red (hamaca paraguaya), R$18; cama R$25. Opté por la red y salí a caminar por las calles empedradas de ese barrio que destilaba historia a cada paso.



De una ventana abierta se escapaban los redobles de una clase de percusión africana. Niños negros, blancos y mestizos se fusionaban en un mismo ritmo bajo la batuta de un instructor que determinaba los cambios de tempo y de clave, a la vez que realizaba ornamentaciones con un repique. A las pocas cuadras, en una iglesia católica la gente cantaba una especia de gospel para celebrar la religiosidad importada de Europa. Dos caras distintas de una misma moneda: Salvador de Bahía, una ciudad que vive y transpira música permanentemente cuya diversidad cultural, miscelánea de sangre indígena, africana y europea, es su mayor riqueza.

Capoeira en el Pelourinho

Tocando el violín en la calle tuve una mala pasada con un grupo de niños que me acorralaron y que intentaban tocar mi instrumento, el estuche y todo lo que estaba a su alcance. Les dije que así no podía seguir tocando y continuaron igual, por lo que me agaché a guardar el violín. Entonces el objeto de sus manoseos insidiosos pasó a ser mi pelo, cuya falta de rulos encontraban divertida. Una pareja que me había estado escuchando regañó a los niños y me pidió que siguiera tocando, pero preferí procurar otro sitio.

En otra esquina, un pibe que laburaba en un restaurante me invitó a almorzar con él. Le agradecí la invitación y lo seguí. Se lo veía sereno y tranquilo; cuando hablaba miraba fijo a los ojos, con seguridad. Cuando llegó la comida me pidió rezar antes de empezar. Le dije que yo no era creyente, pero que no tenía problema con que él orara.

Se llamaba Jucimar. En un momento de la charla me miró fijo, como examinándome con rayos X, y me preguntó "si te dijera que hace 4 años estaba en la cárcel, ¿me creerías?". Me atoré un poco y le respondí que, si otra persona me hubiera dicho eso de él, no le hubiera creído. Era simpático, agradable, generoso... "Robaba autos y motos", me contó. "Estuve 6 meses en prisión y conocí la palabra de Dios. Así mi vida cambió y me alejé para siempre de la delincuencia". Me habló sobre su familia, que vivía en una favela, y sobre lo difícil que es para un chico que es criado en ella evadirse de las drogas y los robos, cuando éstos son parte del paisaje cotidiano desde su infancia. La única manera de no caer es ser muy fuerte mentalmente, coincidimos. Le mencioné la película Ciudad de Dios y me dijo que ya estaba desactualizada, que hoy por hoy la realidad es aún peor. "Los jefes narcos manejan sus negocios por teléfono, aún estando dentro de la cárcel. En la película eso no ocurre". Me relató que en las favelas de Salvador había dos bandos de narcos, en incesante lucha el uno con el otro, pero que la única forma de ser afectados por ellos era meterse con la droga. "Podés venir a vivir aquí y, si no te metés en problemas, no tendrás problemas. Mi familia vive tranquila en una favela. Sólo hay que saber manejarse".

Cuando me despedí de Jucimar me quedé pensando en cómo, desde el ateísmo o el agnosticismo, solemos criticar implacablemente las instituciones religiosas olvidando que, muchas veces, representan una salida concreta para millones de personas. Jucimar en unos pocos meses había cambiado para siempre su vida. "A mí no me interesa ni el dinero, ni el alcohol, ni las mujeres. Sólo me interesa Dios". De no ser por su fe, probablemente hoy correría la misma suerte que la mayoría de sus amigos de la favela: en la cárcel, o muerto.


Un percusionista llamado Bira Santos me vio tocando en el Pelourinho y me invitó a ir por la tarde a un centro cultural donde estaría ensayando unas músicas para la grabación de un disco. Después del almuerzo con Jucimar me acerqué al lugar. Bira tocaba una gran variedad de instrumentos de percusión (pandeiro, berimbau, tambores, congas, etc.) y el otro músico presente era Johann, un galés que tocaba un saxo increíblemente pequeño (la pequeñez del mismo se acentuaba en manos de Johann, cuyo tamaño era considerable). Estaban ensamblando unos temas de Bira, probando efectos y variantes. La química entre el saxo y la percusión daba buen resultado. La música pasaba por planos de melodías pregnantes (Bira las cantaba) intercaladas con largas secuencias improvisatorias. En eso yo, que hasta ahí había sido espectador, ligué un palo de lluvia y no tuve más remedio que darle vueltas un par de veces.


Visité la iglesia de San Francisco, de estilo colonial barroco. Sus paredes están recubiertas de talla dorada, lo que le da un aspecto de "iglesia de oro". Fue construida en el siglo XVIII, y en su centro pende un lampadario íntegramente de plata que el rey de Portugal personalmente trajo en un viaje, en 1758. Dentro de la iglesia hay santos de piel negra ubicados en el fondo, sector que era destinado a los esclavos durante las misas. Antiguamente fue un convento y posee un gran patio cuyas paredes están revestidas de azulejos que representan escenas de la vida de San Francisco de Asís.


Seguí tocando un rato en la fuente ubicada frente a la iglesia. Una chica me sacó unas fotos y nos pusimos a charlar. Se llamaba Amanda, era de Pernambuco y estudiaba periodismo. También era su primer día en Salvador y estaba sóla, por lo que nos pusimos a caminar juntos por el Pelourinho un rato y contemplamos el atardecer en la Bahía de Todos los Santos, junto al Elevador Lacerda (ascensor del siglo XIX que es uno de los íconos de la ciudad) y la Casa de Gobierno. En el horizonte divisábamos la isla de Itaparica, y más acá los barcos y las lanchas flotando en el Atlántico calmo de la bahía.

Elevador Lacerda

Mercado Modelo

De vuelta en el Centro Cultural do Bispo, me reencontré con Wilson & Carina, que acababan de llegar. Se habían tomado un micro directo a Salvador desde Sao Mateo, ahorrándose las paradas incómodas e interminables que el destino me había deparado a mí. Tocamos un rato con W en el hostel, mientras un mejicano hacía malabares con una bola de cristal.

Por la noche Gordon, un yanqui que se hospedaba en el Do Bispo, me invitó a tocar con él en un restaurante. También lo acompañaría un percusionista peruano llamado Miguel Ángel. Gordon tocaba temas de Bob Marley, The Beatles, blues, folk, etc. El arreglo era tocar en la puerta del restaurante a la gorra a cambio de comida, pero apenas pudimos hacerlo unos 20 minutos. La lluvia nos impidió continuar.

Entramos a comer y conversamos sobre música y viajes. Gordon no hablaba nada de castellano, y M. A. nada de inglés, por lo que yo tenía que oficiar de traductor. No sabíamos si el restaurante nos daría la cena por los 20' que habíamos hecho de show, pero Gordon dijo que no nos preocupáramos, que él invitaba. Venía tocando ahí casi diariamente desde hacía unas semanas, y prefería mantener las buenas relaciones con los dueños.

De vuelta en el Do Bispo, se armó una Zapada Mundial. Dos colombianos (flauta travesera uno, guitarra criolla el otro), dos peruanos (Miguel Ángel y un colega suyo, ambos percusionistas), Gordon representando a los Estados Unidos con su guitarra y su voz rasposa, un pibe de República Checa tocando el ukelele, además de Wilson (único brasilero) y yo. Se tocó de todo y cada uno aportó de sus propias raíces en ese rejunte musical intercontinental. El momento más festivo se produjo cuando los colombianos agarraron la batuta y tocaron unas cumbias de su tierra, y el más estrambótico fue en el que el checho tocó unas rumbas con su ukelele.


La segunda tarde en el Pelourinho me encontró tocando junto a Wilsinho en la puerta de la casa (hoy museo) de Jorge Amado. Un local cercano exhibía una imagen de tamaño real de Michael Jackson con la remera de Olodum, haciendo referencia al video que filmaron juntos en ese mismo lugar. Económicamente, nuestra tocatta no fue la gran cosa, pero tuvo algunos rasgos particulares. Un vendedor callejero bahiano dejó de lado su trabajo y se dedicó a "dirigirnos" a escasa distancia; unas uruguayas de Colonia del Sacramento nos felicitaron por el repertorio (tango, bossa nova, jazz y música brasiera) pero nos pidieron que para la próxima vez incluyéramos una de Drexler, Rada o Roos; y un viejo brasilero que nos escuchó de principio a fin y que conocía todas las músicas que hacíamos (de Pixinguinha, de Cartola), nos pidió La Cumparsita y, hablando de tango, mencionó a la orquesta de Francisco Canaro. Era un señor nacido en el Pelourinho. Cuando terminamos de tocar nos dio diez reales y nos llevó a un lugar donde almorzar barato. En el camino hablamos de fútbol y dijo que una vez había conocido personalmente a Pelé. Cuando le pregunté si Maradona era más grande que éste, respondió: "Maradona é muito bom, mais quien vio jogar Pelé lo vio, e quien nao lo vio, nao lo vio... Nunca habrá otro igual". También dijo que el Barcelona de Messi ("pra mim, até Messi é melhor que Maradona!") es muy buen equipo, pero que con el Santos de Pelé "voce nao veia la bola" y movía los brazos de un lado a otro, representando dramáticamente el toqueteo goloso de aquel equipo que, según él, fue el mejor de todos los tiempos. "No habrá nada igual" repetía, y volvía a elogiar a Pelé, ahora como persona. "Pelé nunca hizo publicidad de alcohol o de vicios", aseguraba orgullosamente. Igualmente, un capo el viejo.

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