"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

domingo, 31 de enero de 2016

Llamada de San Baltazar

La ciudad retumba con los sones tamboriles y transpira un olor a torta frita que se impregna en la piel

Los niños rocían de espuma a las bailarinas que encabezan las comparsas

Las bailarinas que encabezan las comparsas bambolean sus faldas y desparraman sus sonrisas por las calles de Barrio Sur

Las manos afiebradas de los tamborilleros llevan vendajes que atestiguan sus repiques abnegados

Los ritmos se repiten hipnóticamente hasta establecerse como mantras omnipresentes en la noche tibia del Plata

El ADN afrouruguayo hace gala de su exaltación de lo corpóreo

La clave se inyecta en la sangre y conduce un ejército de esqueletos profanados hacia el fin de la noche

La alegría colectiva, como siempre, es la reina más hermosa

Montevideo, 6 de enero de 2016


miércoles, 20 de enero de 2016

La extracción redentora

Cuando el Negroli me comentó sobre una página de internet donde se conseguían pasajes de avión a Europa a precios irrosorios, seguramente no tenía idea de los efectos inmediatos que sus palabras tendrían en mí. Enclavado en cierto estado de incertidumbre existencial, y mientras meditaba un nuevo viaje sudamericano (la Patagonia de nuevo, Colombia tal vez), el cruce del Atlántico se me figuró súbitamente como una inequívoca redención espiritual. Así, sin analizarlo en demasía, compré el pasaje que me llevaría de San Pablo a París el 9 de febrero de 2016, configurando un enero que por decantación transcurriría en el país vecino (vía Uruguay), embarcándome de esta forma en uno de los mayores desafíos de mi vida... preparar un equipaje ecléctico con el que atravesar tanto el verano brasilero como el invierno europeo.

La patada inicial, el gesto fundacional del movimiento en esta nueva travesía, fue una carrera en tiempo récord desde Quilmes hasta Puerto Madero de la mano de mi tía Paloma (a.k.a. Meteoro).


Los coloridos globos colgantes del puerto de Buquebús adornaban mi despedida de ella y del país por casi dos meses. Intenté fijar mi atención únicamente en el momento presente, absorver las sensaciónes de ese único e irrepetible instante, pero el futuro se me caía encima como una avalancha de imágenes caleidoscópicas. No podía dejar de conectar mentalmente esos primeros pasos que me despedían de Buenos Aires de las geografías remotas a las que me llevarían. La plataforma de embarque tendía un puente directo no sólo con Colonia del Sacramento, sino también con los canales de Ámsterdam, los castillos de Brujas, la Torre Eiffel, el Mediterráneo y todos los posibles escenarios que se interponían como enormes corchetes vivenciales entre ese atardecer y mi regreso a la Argentina.


Pero, iniciado el cruce al país vecino, el ensueño de las aventuras venideras pronto cedió lugar al instinto de supervivencia en la realidad más inmediata - El rigor de Poseidón sacudía las aguas plateadas con vehemencia, y el enorme navío, a diferencia del relajado viaje del verano anterior, se emparentaba ahora en mi imaginación a aquellas lejanas lanchas que me revolvieran las tripas en las Islas Galápagos dos años y medio atrás.

La contemplación del espléndido escenario acuático desde mi ventana se vio trocada repentinamente por los dos metros cuadrados de un cubículo que albergaba un inodoro y un lavamanos, médiums a través de los cuales exterioricé el contenido chocolatoso de mi interior hacia las profundidades de "El Río Más Ancho del Mundo":

El vómito como extracción 
del invasor no-asimilado
en el cuerpo

El Plata
corrige
la ondulación
de un navío curvilíneo;
el barco pirata del Tigre
es un juego de infantes
en el atardecer
lluvioso y revuelto
de la pampa
húmeda.

En el puerto de Colonia, descompuesto y sin entender demasiado por causa del mareo, me subí, todavía pálido y tambaleante, a un micro que depositaría mi ajetreado cuerpo, mi mochila, mi valija y mis dos violines, en la capital charrúa.


martes, 12 de enero de 2016

Preludio 16

Existen pequeños actos, gestos en apariencia insignificantes que desencadenan una serie de otros gestos en apariencia insignificantes, que se engarzan a su vez en una trama mayor en apariencia ya no tan insignificante y que terminan, como quien no quiere la cosa, modificando sustancialmente la vida de una persona.

Una mirada, una palabra o una caricia, tienen intrínsecamente el potencial de generar -o como mínimo de ser el primer eslabón de- una concatenación de hechos que se van sucediendo uno tras otro como en un dominó psíquico de proporciones gigantescas, pudiendo desembocar, después de un cierto proceso enmarcado en un período de tiempo X, en la compra, producto de un arrebato de inconsciencia adrenalínica, de un pasaje aéreo San Pablo - París.

Así, el gesto inicial, la mirada a priori intrascendente, puede, habiendo derribado una montaña de piezas de dominó tras de sí, moldear el destino de una persona durante toda una vida.

(O, al menos -como en este caso-, durante todo un verano).

Por lo menos así lo percibo yo, y aunque la psicología no se haya pronunciado al respecto, siento esa mirada primigenia como una gárgola marmórea concentrando el tiempo en un instante.