"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

viernes, 1 de julio de 2016

Río de Janeiro - la ciudad imita, en cartón, una ciudad de pórfido...

Desde que el avión despega de Curitiba se me incrusta en la mente una frase con una obstinación intolerable. Pienso, entonces, que quien lee a Girondo no vuelve a ver el mundo con los mismos ojos. O que, al menos, no vuelve a interpretarlo de la manera unilateral y unívoca a la que el racionalismo cientificista, enarbolado por la educación tradicional hiper-positivista, nos tiene habituados.

Cuando tras poco más de una hora surcando los cielos del litoral brasilero acontece el descenso y se comienza a vislumbrar en la lejanía el estremecedor conglomerado de cemento al que se dirige mi corporeidad, lo confirmo. Sin ver, sin conocer realmente, pero guiado por mis ganas de ajustar la "realidad" a la imagen que llevo tatuada en la frente desde que empezó el viaje. Veo Río de Janeiro y, quizás artificialmente, construyo una visión para confirmarme y repetirme la frase de Oliverio. La ciudad imita, en cartón, una ciudad de pórfido, me digo sonriendo. Caravanas de montañas acampan en los alrededores.


A través de una larga conexión por la que deambulan colectivos biarticulados tipo metrobuses, puentes como centinelas por doquier, múltiples avenidas y estaciones gigantes, cruzo la ciudad de este a oeste para instalarme en el barrio de Recreio dos Bandeirantes. Allí, bordeando El Arroyo de los Cocodrilos,
me hospeda Priscilla, carioca, genia total, novia desde hace añares de Lean, vecino-amigo-musicazo de Quilmes. Desafortunadamente, mi visita no coincide con la presencia de éste ya que -¡afortunadamente!- su destino se había cruzado con el de un crucero.


El Arroyo de los Cocodrilos

Vecino de toda la vida, amigo, colega músico, Lean había pasado los últimos dos meses en un navío transatlántico que, con la propuesta inicial de presentarse periódicamente con un repertorio de jazz & bossa nova, lo había recibido con la noticia de que, en realidad, él y su grupo tendrían asignado el sector bailable. Así, se había visto obligado a trocar How Insensitive, Misty y Take Five por temas como La ventanita, El bombón asesino y demás hits tropicales. Con ese excelso repertorio, rayano en las cumbres poético-musicales de la Creación Humana, había emprendido la tarea de bañar con su voz las costas de Singapur, Indonesia, Tailandia y demás países del Sudeste Asiático. Subrepticiamente finalizado su contrato, durante los días que pasé en Recreio se encontraba en su ciudad natal -que también es la mía- pasando unos días con su familia.

Con Lean, emociones compartidas

En mi estadía de una semana en El Arroyo de los Cododrilos, realicé dos tours en bicicleta, merecedores de un capítulo aparte cada uno de ellos:

1) Hacia el Este

 Bike Trip / Pedra da Gávea Trilha

Subiendo a Pedra da Gávea

2) Hacia el Oeste

Barra de Guaratiba


Puesta de Sol en Barra de Guaratiba

En un bar de Santa Teresa -barrio en el que se encuentran las características escaleras de mosaicos coloridos en las que todo turista gusta de retratarse para la posteridad- me encuentro con dos músicos catalanes a los que conocí en unas clases de improvisación de la Oficina de Música de Curitiba. Ellos son los pianistas Tomás, de barba y camisa a cuadros, y Claudia, que está loca y es amiga de Andrés Beeuwsaert. A este duetto, conocido en tierras paranaenses, se le añade un tercer integrante, también oriundo de Catalunya y músico. Se trata de Publio, autor de versiones armonizadas, a lo Hermeto Pascoal, de diversos videos virales del submundo cibernético. Entre sus obras se encuentra una musicalización del Tano Pasmanhit que goza de más de 200.000 visitas al día de la fecha. Músico itinerante, Publio viajó durante aproximadamente tres años por casi todo el mundo, tocando en la calle y rebuscándosela, haciendo dedo o durmiendo en estaciones de tren, hasta que conoció el amor y se radicó en Corea del Sur, su ubicación actual. Allí, en Seúl, se desempeña como profesor universitario de música, pero no ve la hora de salir a caminar -y desparramar con sonidos- el mundo nuevamente. "Esa vida era infinitamente mejor que cualquier rutina", me confiesa, mientras yo tengo que hacer un esfuerzo supremo por no salir a imitar sus pasos en ese mismo instante.

En Río se conjugan historia y naturaleza, arquitectura y paisaje. Desde casi cualquier morro se tiene una vista privilegiada de la playa, de las caravanas de montañas que le dan forma a la ciudad siempre curvilínea, siempre ondulante. El océano omnipresente es la respiración de una urbe atestada de personas, amontonadas las unas sobre las otras, que transpira fútbol y cuyas calles destilan feijoada.


En la costa de Recreio me asalta el pensamiento de que, desde mi ubicación, el océano desemboca en línea recta en la Antártida. Cuando era niño, durante mis vacaciones en la costa argentina, solía fantasear con el pensamiento de que esa misma masa acuática en la que sumergía mi cuerpo era compartida, exactamente en la orilla de enfrente, con niños africanos. En este caso, me resulta extraño pensar que lo que hay más allá del horizonte, donde el ojo humano no alcanza a ver, es la masa de hielo más extensa del planeta.

Luego de ser arrastrado por un buen puñado de olas, pienso que

cuando el mar
viene revuelto
no hay manera de
que no rompa

y que

a veces
por agarrar una ola mediana
nos perdemos otra
mucho mejor

y también que

retroceder es
para la marea
la mejor forma
de tomar impulso

y siento que mi vida es un poco como ese mar.

Además de esta introspección oceánica, Río de Janeiro deparó infiltraciones en hoteles de lujo y experiencias de índole social de una crudeza digna de cualquier página de Henry Miller o Bukowski. Todo esto de la mano de Pepi Duclos, músico amigo de Buenos Aires (hermano de Fernando Duclos, autor de Crónicas Africanas).

Entre nuestras andanzas -que incluyeron ascensos a morros pacificados, entre cerveijas y visiones nocturnas, entre la bruma, del Cristo Redentor- se destaca una operación de infiltración de alto riesgo (?) en el hotel más lujoso de Copacabana, el Winsor. Después de ingresar con aire despreocupado por la entrada principal y subir por el ascensor hasta el último piso en nuestro afán por conocer la terraza del imponente edificio, optamos por emprender la retirada antes de vernos en la penosa situación de lamentar víctimas fatales, luego de encontrar todas las puertas cerradas y percibir una silenciosa quietud premonitoria de persecuciones policiales.


Pero la Poesía aconteció durante la madrugada, estando esperando el Integrada 8 para mi vuelta a Recreio dos Bandeirantes, con Pepi haciéndome el aguante. Tras más de una hora de viaje a máxima velocidad (los motoristas brasileros nunca pisan el freno, ni respetan los límites de velocidad -si es que existen-) dicho colectivo conecta Copacabana con el oeste de Río. Eran alrededor de las 4 de la madrugada, habíamos presenciado algún bloco de carnaval, y en la espera del colectivo se nos acercaron dos prostitutas y nos ofrecieron hacer una brincadeira de a cuatro. Una brincadeira, en Brasil, es una broma. En el contexto en el que nos encontrábamos, sin embargo, la palabra adquiría otro significado...

Rechazamos cordialmente su invitación, pero se quedaron a un par de metros de donde nos encontrábamos, esperando en la misma parada de colectivos. Entonces Pepi, con su habitual desfachatez, empezó a sacarle charla a una de ellas. Le preguntó si le gustaba su trabajo, que cuánto cobraba, que cuántos clientes tenía en general en una noche, que si ese dinero le alcanzaba para pagar los impuestos... No era un interrogatorio en clave de desaprobación de su trabajo, sino un diálogo basado en la mera curiosidad por ese mundo por nosotros desconocido. Entonces mi amigo fue actor de uno de los gestos callejeros más poéticos de los que tengo memoria.

- Vocé gusta da música? - le consultó y, ante la respuesta afirmativa de la mujer, comenzó a interpretar a capella la primer estrofa de una canción de Tom Jobim & Vinicius de Moraes: "Eu sei e você sabe, já que a vida quis assim / Que nada nesse mundo levará você de mim"...


Tal vez porque la interpretación de mi amigo no le pareció agradable, o porque fue tan agradable que se vio extasiada, o porque la música no le interesaba en lo más minimo, o -quizás- porque sus oídos estaban acostumbrados a la música atonal libre y dodecafónica y (como alguna vez vaticinó Schoenberg) era incapaz de tolerar escuchar una melodía regida por el sistema tonal y todas esas leyes obsoletas, la mujer le cortó el rostro, se dio media vuelta y se fue.

(El aire acondicionado del Integrada 8 hace que por la madrugada cualquier desprevenido se transfigure en Jack largando sus últimos suspiros en el Atlántico Norte).

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