"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

jueves, 27 de julio de 2017

Experiencia Barcelona

Escribir sobre Barcelona me resulta tan difícil como hacerlo sobre Quilmes o el Valle de Punilla. Al intentarlo siento que estoy develando una parte de mí quizás demasiado íntima, una porción que tal vez debiera permanecer oculta. No se trata de una ciudad extraña que visito y a la que le saco fotos y sobre la que puedo contar un par de anécdotas y ya; no, es mucho más que eso. Imágenes trazadas dentro de sus márgenes han poblado mi cabeza, algunas veces en forma de sueños difusos, otras como recuerdos en carne viva, durante los últimos 15 años.

La historia se remonta al año 2000, cuando en los albores de la crisis argentina mi viejo desembarcó en Europa. A mediados del 2002 nos sumaríamos a la comitiva mi vieja, mi hermano y yo. Finalmente, para nosotros tres la aventura se extendería durante un año y medio, momento en el que regresaríamos a vivir en Argentina, pero ello no opacaba el gran mazazo que la Experiencia Barcelona produciría en mi mente infantil.

Aquel invierno '02 me despedí de mis abuelos, tíos, primos y amigos de toda la vida -en el aeropuerto, llantos, mi abuela, ¿la volvería a abrazar?- y crucé el océano con escasas certezas sobre el porvenir, a bordo de un avión de British Airways en el que la única película en castellano era Monsters Inc (la vi como 5 veces...). Tras una larga escala en la lluviosa Londres, llegamos a la tierra prometida, en el camino inverso de nuestros antepasados.

Parque de la Ciudadela, 2003

No es sólo el hecho de haber pasado un año y medio allí, sino el momento de mi vida en que eso ocurrió. Y es que no es lo mismo adaptarse a un nuevo lugar teniendo esquemas conceptuales más o menos trazados previamente, que hacerlo en el momento preciso en que esos esquemas se están definiendo.


Barcelona para mí no es sólo la brisa del mar, es también el último lugar donde viví con papá y mamá bajo el mismo techo. El Park Güell no es únicamente una maravilla arquitectónica, sino también el lugar donde mi vieja nos llevaba a jugar a la pelota con mi hermano. El Parque de la Ciudadela es su fuente y sus jardines, y también el sitio donde aprendí a andar en bici con mi viejo. Los callejones del Barrio Gótico, además de ser un viaje a la Edad Media, son las calles a través de las cuales fui caminando de mi casa al colegio por primera vez. El Arco del Triunfo y la Catedral eran parte del cuadro onírico que me escoltaba todos los días en esa caminata. Y el colegio que la coronaba fue el escenario en el que me enamoré por vez primera.

Ferrán

Pasar de mi Quilmes natal, una ciudad en la que rara vez uno se encuentra a un foráneo -y cuando digo foráneo me refiero, en este caso, a personas nacidas en cualquier otra ciudad- al centro histórico de una de las urbes más cosmopolitas del mundo fue como una explosión de colores iridiscentes dentro de mi cráneo. Al caminar una cuadra, en un viaje en subte o de compras en el mercado, escuchar cinco idiomas distintos al mismo tiempo era cosa cotidiana. En el colegio, representantes de todos los continentes; Senegal, Marruecos, Ecuador, Filipinas, Georgia, Bulgaria, Chile, Colombia, Paraguay... ¡y hasta Islandia! Todos metidos en un mismo edificio, en un intercambio cultural desmesuradamente enriquecedor, máxime para un niño-esponja de apenas 11 abriles. (Por esa época aprendí a cambiar la expresión "negro de mierda", tan a la orden del día en la Argentina de entonces que incluso era difundida en formato de canciones con ritmo de cumbia, por la de "racista de mierda").

Talo, Mamá, el Cervantes. Primer día de clases en el Viejo Continente.

Por todo esto, me resulta imposible deslindar la ciudad de las experiencias que me ataron a ella; el colegio Cervantes y el Fort Pius, con mis amigos Juanjo y Kale; la Escola de Fútbol Montjuïc, con mis amigos Raúl y Sergi (y Roni, nuestro severo entrenador milicoide); el Camp Nou (escenario donde vi jugar por primera vez a mi ídolo, Juan Román Riquelme); los partidos de fútbol con Ronald en las puertas de la Catedral Gótica; el Raval y la tarde que se hizo noche jugando al Nintendo en lo de Yassim - cuando volví a casa mis padres habían llamado a la policía, desesperados por no tener noticias...

Abandonar Barcelona para volver a Argentina, si bien implicó la alegría inmensa de volver con los míos, no dejó de suponer una experiencia desconsoladora. Y es que allá quedaron mi viejo y mis amigos de fútbol y de la escuela, un núcleo del que hubiera deseado no tener que despedirme.

Tres años y medio después del regreso tuve la posibilidad de visitar Barcelona nuevamente. Corría julio de 2007, yo acababa de cumplir 16 años y los sueños de futbolista habían trocado por la guitarra eléctrica, la melena y Pink Floyd. Tres años y medio puede no parecer tanto tiempo, pero en la transición entre la infancia y la adolescencia... es un abismo.

Park Güell, 2007

Luego tuvo que pasar casi una década, entre aquel 2007 y este 2016, para reencontrarme con una ciudad que no dejaba de sentir como parte de mí. Los días previos al viaje, en París, supusieron una ansiedad y expectativa enormes. No podía dejar de preguntarme qué hubiera sido de mi vida si nunca hubiera regresado a Argentina. ¿Habría descubierto la música? ¿Qué parte de lo que "soy" sería? ¿Qué nos define? ¿Para qué y en base a qué nos definimos? A fin de cuentas, ¿qué somos?

Me resulta inevitable escuchar Mediterráneo y sentir que, además de ser una canción bellísima, Serrat habla un poco de mi historia, que no deja de ser la suya. Ya que quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa / y escondido tras las ramas duerme mi primer amor / llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya / y amontonado en la arena guardo amor, juegos y penas... No nací en el Mediterráneo, pero crecí con él.


Antes de partir, me corto el pelo con la máquina en una especie de regresión a la infancia. Recurrentemente siento que si mi cuerpo fuera despedazado, en cada molécula se encontrarían presentes las huellas de Barcelona. La imagen de una bomba nuclear desintegrándome en partículas no está exenta.

Llego a la Estació del Nord y me va a buscar Raúl, mi gran amigo del Montjuïc. Juntos hemos compartido vacaciones, partidos como niños-barrabravas en el Estadi del Barcelona B y largas noches de PC Fútbol. Él y su maravillosa familia me reciben. Desde aquella porción de infancia y sueños compartidos, nuestras vidas han tomado rumbos completamente distintos, inimaginables por aquel entonces... pero la amistad y el cariño están intactos. Eso sí, los dos somos del Barsa y anti-madridistas.

Montjuïc, 2016
 
Más allá de las reminiscencias, este nuevo capítulo barcelonés me resulta en varios aspectos chocante. Ver el Arco del Triunfo atestado de turistas con palitos de selfies me retuerce las tripas y me siento como quien presencia el vejámen de un ser querido. Llevo soñando tantos años con ese monumento, por el que pasaba todos los días de camino a la escuela, que percibirlo tan al alcance de esos retratos superfluos me asquea. Cuestiones de significación.

 A pesar de ello, yo también le tomo una foto...

Paradójicamente, el cariño y los recuerdos me alejan de la ciudad. Siento que no quiero resignificar un lugar tan fuertemente asociado a un período tan maravilloso como la infancia, tal vez con la intención de no confrontar ese mundo ideal, edificado en base a recuerdos y añoranzas subjetivas, con la realidad tangible. Si bien ya tengo la idea de volver a vivir en Europa a partir de 2017, decido que Barcelona no sea la prioridad... 


Pero entre la infinidad de cosas que aquel niño no sabía, se encuentran:

- Que regresaría a Argentina mucho antes de lo que imaginaba, y que disfrutaría de su abuela muchos años más.
- Que Riquelme, también, retornaría a Boca mucho antes de lo que todos imaginábamos.
- Que los grandes motores de su vida serían la música y los viajes.
- Que se dedicaría a tocar el violín.

PD: Que en 2017 volvería a Barcelona y ganaría una beca para estudiar Composición. Pero esa... tal vez sea otra historia.

sábado, 15 de abril de 2017

São Paulo (o la alegría genuinamente brasilera)

Existe en cierta red social un grupo dedicado a conectar conductores de vehículos particulares con pasajeros ocasionales con el fin de reducir costos a la hora de unir vía terrestre a las dos grandes potencias del Brasil llamadas Río de Janeiro y São Paulo. Allí me apunté, catapultado por el pasaje en avión a París que había motivado el corriente viaje desde un comienzo y que en menos de una semana me estaría haciendo cruzar el Atlántico, levantando vuelo desde la capital paulista.

Pero no era sólo un vuelo al continente europeo la razón de mi visita a la ciudad. Y es que en ella se encontraban Wilson & Carina, mis amiguinhos predilectos del Brasil, a quienes el Camino me había unido en Bolivia en 2011.


Nuestro encuentro en el hostel "Caramelito", ubicado en La Calle de las Brujas de La Paz, había sido el punto de partida de una amistad que luego se desarrollaría en escenarios múltiples a lo largo de los años, como ser la ruta precolombina El Choro, Buenos Aires, el noroeste argentino, Cuzco, y por último el litoral brasilero, con destino final en Salvador de Bahía - ciudad en la que nos habíamos despedido por última vez, dos años atrás.

En esta ocasión, el choro que nos congregó no fue el camino inca, sino el género musical. Envueltos en lluvias y armados con instrumentos acústicos & eléctricos, dejamos para la posteridad (?) un registro audiovisual de nuestra espontánea versión de una música del compositor Paulinho da Viola.

"Choro Negro"

Por su parte, Carina me guió hacia una fiesta de carnaval en el centro de la ciudad, donde conocí a agradables individuos tales como Renán, biólogo ciclista, y Vivian, fanática de Linkin Park de ascendencia japonesa. En un escenario montado por la municipalidad tocaba un grupo de músicos tremendos, con temas de Coltrane y de otros amigos del Club del Jazz. La alegría brasilera, genuinamente brasilera y sin la superpoblación gringa de Río de Janeiro, se me figuró como la cosa más bella del mundo.


- ¿Querés enviar algo a Buenos Aires? - Me preguntó Renán a medianoche, mientras cruzábamos a bordo de su bicicleta el puente que atravesaba el río Tietê, dejando el carnaval a nuestras espaldas.
- ¿Algo? - le respondí, sin imaginarme con qué se saldría ese paulista al que había conocido aquel mismo día.
- ¡Ahora mismo! - insistió y, acto seguido, peló su piringundín y comenzó a chorrear con sus secreciones internas el río oscuro y misterioso que se deslizaba bajo nuestros pies, a unos veinte metros de distancia.
- Este río -me explicó- desemboca en el Río Paraná, y luego en el Río de la Plata. Es loco pensar en cómo el agua que vemos acá sigue su curso y llega a Argentina... soy biólogo, me gusta pensar en ese tipo de cosas... - se excusó, al tiempo que guardaba el asunto nuevamente dentro de sus pantalones.

("RENÁN" ha de ser la versión -¿o adaptación?- portuguesa del nombre "Hernán". Claro, pienso, la pronunciación gutural de la "erre" brasilera convertiría el nombre, en caso de respetar la sucesión hispana de los fonemas, en algo así como ¡EJGNÁN!, una suerte de arcada vomitiva bimatopéyica repulsiva e impronunciable que rara vez produciría un gesto de alegría -llámese sonrisa- en representación de un sentimiento de satisfacción en el rostro del aludido.)

Camuflada por los edificios 
flamea la bandera del estado de São Paulo

La tarde posterior al carnaval llegué a la morada de los Wilsinhos y me encontré con la puerta cerrada y el esfuerzo vano de mi timbrar. Aparentemente, mis anfitriones habían salido y yo no había recibido notificación. El vecindario donde vivían, por cierto, se trataba de un conjunto de seis departamentos internos comunicados por un patio común al que se accedía a través de una reja corrediza. El conjunto guardaba una gran semejanza con la vecindad del Chavo del 8 (o Chaves, según el doblaje brasilero... lo cual me remonta nuevamente a Caramelito 2011; aquella vez los Wilsinhos alquilaron una habitación con televisión con la finalidad exclusiva de ver el programa de Chespirito en su idioma original). En el frente de la vecindad, con su ventana de cara a la calle, vivía Pedro, músico paulista buena onda con el que había cruzado un par de palabras durante los días precedentes. El primer contacto que habíamos tenido se había dado cuando, tras escuchar que de su acordeón se desparramaban las notas de Oblivión -probabemente mi pieza favorita de Ástor Piazzolla- por todo el patio de la vecindad, me acerqué a hacer sociales confesándole mi nacionalidad y mi condición de músico. La cosa quedó ahí, prolongándose en sonrisas y saludos afectuosos durante nuestros encuentros de los días subsiguientes, pero sin pasar del "hola qué tal". La tarde post-carnaval, entonces, viéndome como un homeless por tiempo indeterminado a la espera de mis desaparecidos amigos, vislumbré su figura a través de la ventana abierta y le pegué un grito para que me abriera la reja. Me invitó a pasar a su casa -repleta de libros, discos e instrumentos musicales- y tras un rato de charla decidimos quedar en contacto. Lo busqué allí mismo en Facebook, y grande fue mi sorpresa al ver que teníamos un amigo en común. Se trataba del Laucha, amigo pianista y compositor quilmeño. Recordé que éste me había contado sobre un curso de intercambio universitario del que había participado en esta ciudad unos meses atrás; Pedro me dijo que sí, que justamente él lo había conocido en la universidad en esa época... y que de hecho él había sido quien le había obsequiado la partitura de Piazzolla. Pienso que el hecho de que semejante coincidencia haya tenido lugar entre dos megalópolis del calibre de Buenos Aires y São Paulo no pudo ser una mera "casualidad" -a decir verdad, a esa altura estoy completamente convencido de que éstas no existen- y la historia culmina (como no podía ser de otra manera) con una interpretación conjunta de Oblivión, en las postrimerías de mi estadía en la ciudad.


En el momento de partir de Brasil, por tercer verano consecutivo (y tras haber pasado tres meses de mis últimos tres años allí), esbozo una teoría según la cual el país mira a Estados Unidos en la misma medida en que Argentina intenta reflejarse en Europa. Desde ya, no desarrollo demasiado la idea. En cambio, en algún momento apunto en mi libreta:

OBRA = VIDA.
NO HAY DIFERENCIA.
QUE TU VIDA SEA UNA OBRA DE ARTE

y me siento agradecido con el Universo por haberme concedido amistades tan maravillosas, y le pido que me cuide y que me guíe, aunque en el fondo sé que no necesito pedírselo porque siempre lo hace. Y embarco hacia Europa, con la sensación de que, después de todo, siempre es el comienzo. 

sábado, 14 de enero de 2017

Gira Diagonálica #4 BRETAÑA

Con posterioridad al concierto en Les Trois Arts alquilamos un auto y emprendimos viaje hacia Bretaña, adentrándonos en la Francia profunda. Unas 5 horas de ruta nos depositaron en una pequeña comarca llamada Sarzeau donde se emplazaba la casa de Meven, viejo colega universitario de uno de mis compañeros diagonálicos. Bretonés hasta la médula, él y su maravillosa familia fueron nuestros anfitriones en nuestra breve estadía allí. Con ellos expedicionamos en largas charlas sobre la cultura celta, la langue bretonne y la voluntad independentista de su pueblo. Todo, al tiempo que nos atragantábamos con el frommage artesanal elaborado por ellos mismos in situ que generosa y obstinadamente disponían de manera continuada sobre la mesa.  


Ocupada por diversos pueblos celtas desde tiempos inmemoriales, conquistada por Julio César en los albores de la era cristiana, la región ha sabido mantener una autonomía identitaria que la distingue del resto del país bajo cuya administración se desenvuelve. Y es que, según me iba contando Meven, su cultura, su música, su lengua e incluso su clima, la emparentan más a países de raíces celtas, como Irlanda o Gales, que a Francia. Así, aflora ocasionalmente una voluntad independentista que, si bien no llega a cobrar una notoriedad pública internacional tal como las de Córsica, Catalunya o el País Vasco, persiste en el tiempo.


Como habíamos llegado relativamente temprano a destino, insistí a mis compañeros en aprovechar la tarde libre e invertir un par de horas en visitar Carnac, comuna donde se conserva el complejo de monolitos prehistóricos más grande del mundo. Los mismos fueron erguidos por pueblos pre/proto-celtas aproximadamente desde el año 4.500 a.C. en adelante, durante el período Neolítico.


Para algunos, la manifestación de la incólumne y milenaria necesidad humana de acercarse a lo divino, de fundirse con la naturaleza, de comprender el cosmos. Para otros, un fútil montón de piedras. Cuestión de perspectivas, como quien dice.


En la playa mojé mis pies, por vez primera, en las costas orientales del océano Atlántico. ¿Era posible que esa misma masa acuífera fuera la que bañara nuestros cuerpos en Chapadmadal, en San Clemente del Tuyú o en Mar de las Pampas? Misterios de la geografía; tras cavilar brevemente en dichas consideraciones le di rienda suelta a mi alma geóloga y me dediqué a recolectar algunas de las bonitas piedras que se aposentaban por doquier en la arena, cual diminutos lobos marinos durmientes calcinándose al sol.

A pocos metros de la plage se encontraba el Castillo de Suscinio, procedente del siglo XIII y otrora residencia de los Duques de Bretaña. Por dentro museo, para la hora a la que llegamos ya se encontraba cerrado. La visión exterior del mismo, empero, fue suficiente para imaginar el esplendor opulento de Bretaña durante la Edad Media.


Para la segunda noche llegó el acontecimiento que nos había catapultado hasta allí, que a la vez significaba el final de la gira musical del grupo. Meven y su familia organizaban una fiesta en su propio terreno, y en ese marco ofrecimos un concierto -principalmente de tango, aunque también hubo lugar para Mercedes Sosa, Violeta Parra y María Elena Walsh, en la voz de nuestra partenaire Vanina De Franco- para alrededor de 200 personas, campesinos agradecidos y amables que nos aplaudieron a rabiar y nos llenaron de afecto. De todas las piezas que interpretamos, se conserva el registro audiovisual del momento que fue, para quien escribe, el más emotivo de la velada. Adiós Nonino, con la estela de mi por entonces recientemente fallecida abuelita Hilda flotando en el aire nocturno de la campiña francesa.




(Adiós nonina, centinela en el cielo. Hasta siempre).